Comentario
El Cuerno de África es la región de todo el Continente que más enfrentamientos ha sufrido y más crueles. Las luchas entre distintas tribus, entre musulmanes y cristianos, entre sectas de una y otra religión se han sucedido durante siglos. Está formada por las altas tierras al sur del Nilo y por la zona baja de la costa índica. Las diversidades climáticas que se derivan de esta situación geográfica hacen que encontremos en este área desde estepas y desiertos hasta zonas agrícolas, en las tierras situadas sobre los 1.000 metros, donde se concentra la mayor parte de la población.
Etiopía es el Estado más conocido de esta región, en gran parte debido a la existencia de una tradición escrita en "ghezo", lengua africana de origen semítico. La continuidad de la civilización etíope a lo largo de los siglos, e incluso milenios, está originada por circunstancias geográficas favorables para ello: la templanza de la temperatura y la fertilidad del suelo, que permiten el arraigo de la población, unido a su localización en mesetas a más de 2.000 metros, inaccesibles a invasiones exteriores por estar rodeadas de profundos abismos. Los contactos con Egipto, Asia Menor y Arabia a través del Mar Rojo no sólo fueron motivo del intercambio de mercancías sino de culturas. Así, desde el siglo IV se inició la evangelización de Etiopía y los textos sagrados se tradujeron al "ghezo", que se convertirá en la lengua de la Iglesia etíope. La expansión del islamismo desde el siglo VI la aislará de Alejandría y Bizancio, por lo que desde entonces el Cristianismo copto etíope evolucionará por una vía propia en la que el culto a la Virgen tendrá una importancia destacada y la vida monástica, impregnada de la tradición eremita egipcia, alcanzará un gran desarrollo. Sin embargo, hasta el establecimiento en 1270 de una dinastía salomónida -que se pretendía descendiente de Salomón y la reina de Saba- el Cristianismo no estaba firmemente implantado más que en las antiguas provincias del centro y sur de Eritrea. A partir del último cuarto del siglo XIII se produjo la renovación de la Iglesia etíope con la fundación de numerosos conventos y monasterios que actuaron como focos de expansión de la fe cristiana.
En los siglos siguientes el Imperio se irá extendiendo sobre los pueblos vecinos, algunos de los cuales eran musulmanes, como los situados en la costa somalí, y a través de ellos se restauró el contacto con Arabia y el Oriente. Hacia el interior del Continente, por el contrario, siguieron existiendo tribus animistas y a la amalgama de religiones hay que sumar los "falachas", judíos heréticos negros que vivían en el noroeste de Etiopía. Hasta comienzos del siglo XVI el Imperio más que un Estado unitario era una confederación de un gran número de principados de etnias, lenguas y religiones diferentes, sobre las que no había más nexo que el poder del emperador, el "Negus", el "León de Judá", el "Elegido de Dios". Las dificultades para la comunicación de las órdenes de gobierno y el traslado de las contribuciones obligaban a una Corte itinerante, que llevase de forma periódica la presencia siempre conveniente del emperador a provincias lejanas y mal asimiladas. Este nomadismo no impidió, sin embargo, que la Corte movilizara a miles de personas, entre el séquito, el ejército, los funcionarios, los sacerdotes, los comerciantes y artesanos y en general los súbditos procedentes de todas los confines del país. El continuo viaje de tan enorme número de personas acabó actuando como aglutinante de culturas y lenguas diferentes.
A pesar de su teórico poder absoluto, el Negus no podía imponer su autoridad más que de forma indirecta, a través de los funcionarios enviados a las provincias, pero que siguieron guiándose por los usos locales. De esa manera, el emperador se veía obligado a apoyarse en dos bastiones: el ejército, muy numeroso y disperso por el Imperio de forma estratégica, y la Iglesia, muy poderosa, propietaria de la tercera parte de la tierra cultivada. Por lo demás, la propia Casa Real era muy rica, gracias a la propiedad sobre otra tercera parte del suelo fértil, a las abundantes recaudaciones que proporcionaban las regiones mesetarias de agricultura feraz y al control sobre el comercio costero. El reinado de Zara Jacob (1434-1468) marcó el apogeo del Imperio, gracias a las reformas de la Administración, con la creación de una capital estable en Dabra Berhan, que intentó sustituir al nomadismo de la Corte. Es, además, un reformador religioso, que persigue con mano dura las desviaciones, de la misma forma que se muestra beligerante con el islamismo.
Durante largo tiempo, occidente había situado en Etiopía al legendario Preste Juan, con motivo de lo cual se enviaron numerosas legaciones desde países cristianos mediterráneos, para intentar conseguir un aliado contra los musulmanes. Este motivo, junto al deseo de encontrar un camino a Oriente alternativo al de la ruta africana portuguesa, llevó al viaje de Pedro de Covilháo, que permaneció en Etiopía hasta su muerte. Las negociaciones luso-etíopes para firmar una alianza contra el Islam no prosperaron, pero se mantuvieron las relaciones con Portugal, cuyas armas de fuego eran requeridas para luchar contra las tribus musulmanas que atacaban al Imperio, a su vez abastecidas de artillería por los turcos. Tras la ayuda prestada en 1541 por el ejército portugués de Stefano de Gama al negus Galawdewos (1540-1559), los lusitanos se quedaron permanentemente en el reino, donde intentaron imponer el catolicismo, dando lugar a numerosos problemas.
A mediados del siglo XVI se inició la expansión de los etíopes por toda la meseta abisinia, pasando de ser pastores nómadas a agricultores sedentarios y formando Estados que resultarán difíciles de someter a la obediencia del emperador. A pesar de estos problemas, no dejaron de realizarse intentos de centralización del poder imperial. A ello respondió la conversión de Gondar, a mediados del siglo XVII, en la capital y residencia permanente del Negus durante dos siglos. Por su parte, Jesús el Grande (1682-1706) realizó numerosas reformas administrativas, afirmó la autoridad real sobre la Iglesia copra, detuvo el avance imparable del islamismo y se abrió a Europa tras un período de aislamiento, iniciando relaciones diplomáticas con Francia. Sin embargo, en el siglo siguiente un período de caos iniciará una clara decadencia e intromisión de las potencias extranjeras.
Desde Mogadiscio a cabo Delgado se extendía la civilización swahili, de gran influencia islámica sobre una población muy diversa, mezclada con los árabes, persas e indios que frecuentaban la zona en busca del comercio de marfil, ámbar gris y pieles de leopardo a cambio de tejidos de algodón y seda o perlas de la India y porcelana china. La agricultura era la ocupación de la mayor parte de la población, que además del mijo producía legumbres, ñames, plátanos, cítricos y nuez de coco. No tenía menor importancia la pesca y la recolección de otros frutos del mar, como carey, ámbar, perlas o conchas, utilizadas como moneda. Relacionado con esto se hallaba el arte de la navegación y el conocimiento de la astronomía, necesaria para atravesar el Indico. El comercio marítimo propició el nacimiento de una civilización urbana, en las que las ciudades eran unidades administrativas que dominaban sobre su entorno rural. A la aristocracia, que era un grupo cerrado, correspondía el poder real, que con el nombre de "mfalme" correspondía al conjunto de una generación, o "ndugu". El título de "mfalme", que no era vitalicio, se transmitía de un hombre, de un "ndugu", a otro con el único requisito de ser mayor de edad. Las mujeres transmitían el derecho a la sucesión a sus esposos, aunque éstos no pertenecieran a esta aristocracia restringida, única vía que, aparte del nacimiento, permitía entrar en este círculo cerrado.
En el seno de la sociedad swahili se fue formando un grupo de comerciantes enriquecidos, que comenzaron a disputarle el poder a la aristocracia tradicional, que se vio obligada a entablar relaciones de parentesco con ellos. La nueva realidad social se reforzó con la adopción de la religión musulmana por los sectores mercantiles, que la habían conocido en sus contactos con el mundo árabe y persa. De este modo comenzó a extenderse el Islam por el África oriental, donde en las zonas costeras se difunde a partir del siglo XIII, en coexistencia con los cultos tradicionales. La adopción del islamismo, seguido pronto por la antigua nobleza y por las capas populares más tarde, aportó nuevas conductas y nuevas formas de urbanismo y de construcción de edificios de piedra. El florecimiento de la civilización swahili estuvo, pues, en relación con el desarrollo mercantil, pero las fuerzas productivas permanecieron estancadas, de modo que cuando los portugueses destruyeron el comercio marítimo y saquearon las ciudades costeras del litoral oriental la civilización swahili no tuvo capacidad de recuperación.
En el interior, en la región situada entre el lago Victoria, al Este, y los lagos Alberto, Eduardo y Tanganika, al Oeste, se crearon reinos donde los pastores de origen hamita (tutsis, humas, himas, etc.) dominan a los agricultores bantúes. Entre los siglos XIV y XV constituyeron el Reino de Kitara, el más antiguo sistema estatal de la región. A comienzos del siglo XVII el Reino de Kitara, antes hegemónico en la zona, se desmembró en diversos reinos independientes, entre los que destacan Uganda, Rwanda y Burundi. La fertilidad de la agricultura ugandesa proporcionó una gran prosperidad a una sociedad poco jerarquizada, que manifestó gran dinamismo y capacidad de liderazgo sobre los pueblos de alrededor, sobre los que se expandió. Una clara regulación de la sucesión eliminaba los conflictos dinásticos en el reino, que estaba dividido en provincias cuyos gobernadores formaban el "Luliko", o Gran Consejo de la Corona, que sólo actuaba en casos de gravedad. Los gobernadores se ocupaban además en sus demarcaciones del cobro de impuestos, el reclutamiento y las obras públicas, sobre todo carreteras de interés comercial. Rwanda manifestaba igual dinamismo, aunque con una sociedad claramente dividida entre los agricultores y los ganaderos que, amantes de la guerra, son capaces de extenderse en el siglo XVII hacia el Este. Burundi nace al sur de Rwanda en 1680 como reino unificado, en permanente estado de enfrentamiento militar con su vecino septentrional. El resto de los reinos no son más que jefaturas de tribus, de fronteras desdibujadas que cambian según los resultados de sus constantes luchas entre sí, con los portugueses asentados en la costa índica y con turcos, persas y árabes, todos ocupados en la trata de esclavos.
Más al Sur, en la región interior tras el puerto de Sofala, se encuentra el Reino de Monomotapa, señor de las minas, del que quedan restos de millares de minas de oro y cobre antiguamente explotadas y del que sabemos que poseía una agricultura floreciente, con hondos pozos y canales de riegos e importante artesanía. Las ruinas de Zimbabwe o Mapumgubué nos hablan
de edificaciones formidables, síntoma de una civilización que al llegar al XVI se encontraba en su mejor momento. Desde 1505, los portugueses, situados en Sofala en esta fecha, se hacen con el monopolio del comercio exterior, ratificado por un tratado firmado a comienzos del siglo XVII con el rey Gatsirusere, por el que Portugal explota las minas de oro, estaño, plomo, cobre y hierro, a cambio de prestar defensa militar frente a los enemigos. Igualmente, los príncipes recibirán educación cristiana con los dominicos. Sin embargo, la dominación portuguesa no estuvo exenta de problemas y continuamente tuvo que hacer frente a sublevaciones, que costaban numerosas vidas por ambas partes. Las enfermedades importadas y los trabajos forzados diezmaron la población, y los reyes del Monomotapa, cada vez más débiles, fueron incapaces de hacer frente a la situación. La desmembración política será evidente, y los portugueses conseguirán que Mozambique, nombre genérico que adoptará la zona, se convierta en una colonia que perdurará hasta finales del siglo XX.